Por: Stéphane Ginocchio, profesor y catedrático de neurociencia en el Collège de Paris.
Enlace de vídeo : Live – Captivez votre public avec les neurosciences (1h06)
El cerebro humano funciona como una red dinámica de conexiones neuronales. Cuando aprendemos, se crean nuevas conexiones. Cuanto más se activan, más fuertes se vuelven: es el principio de la plasticidad cerebral. Contrariamente a la creencia popular, esta plasticidad permanece activa durante toda la vida, incluida la edad adulta. Pero para que estas conexiones arraiguen a largo plazo, el cerebro necesita ser estimulado en el momento y de la forma adecuados.
En la formación continua, incluso los responsables de RRHH de grandes grupos pueden implicarse de forma lúdica y participativa, utilizando herramientas como el «velero», que combina reflexión, experiencia e imaginación.
Lo que experimentamos emocionalmente deja una huella mucho más profunda que lo que aprendemos de forma puramente factual. La neurociencia confirma que la emoción actúa como un amplificador de la memoria: refuerza la consolidación de los recuerdos a largo plazo. En la formación, el reto es crear situaciones que despierten emociones, sin caer en el sensacionalismo. La risa, la sorpresa, la empatía, el sentimiento de pertenencia… Todas estas emociones pueden crear las condiciones para un aprendizaje más profundo.
La magdalena de Proust ilustra cómo un simple olor puede despertar un recuerdo lejano.
El cerebro sólo puede concentrarse durante una media de 10 a 15 minutos. Por tanto, es necesario «despertarlo» regularmente mediante estímulos emocionales, sensoriales o cognitivos. El papel del formador adquiere aquí una importancia capital: debe saber reactivar la atención, despertar el interés, variar los formatos y estimular los sentidos.
Utiliza el efecto Zeigarnik/Netflix: como en una serie de televisión, terminar un capítulo de un curso con un final de suspense hace que quieras averiguar qué ocurre a continuación en la siguiente lección («Ya lo veremos en el próximo episodio…»).
No es sólo lo que dices lo que causa impresión, sino cómo lo dices y lo que aportas. La emoción es contagiosa: si un formador está entusiasmado, el grupo lo estará aún más. La relación con el profesor, la confianza en el entorno y la capacidad de hacer preguntas sin ser juzgado desempeñan un papel decisivo. Es lo que llamamos seguridad psicológica, un requisito esencial para cualquier experiencia de aprendizaje duradera.
Levantarse, moverse y respirar son gestos sencillos que aumentan la oxigenación del cerebro y te ayudan a mantener los pies en la tierra. Durante una reunión, no dudes en dejar que tus compañeros se levanten y caminen por el fondo de la sala.
Incluso los temas con fama de «difíciles», como las matemáticas, el derecho o las ciencias físicas, pueden resultar cautivadores si se contextualizan, se utilizan metáforas y se estimula la imaginación. Estos enfoques multisensoriales ayudan a afianzar la memoria, porque implican simultáneamente varias áreas del cerebro.
En radiología, para explicar cómo funcionan los rayos X, el formador utiliza una goma de borrar lanzada contra una puerta para simular el impacto de un electrón en el tungsteno. Sencillo, visual, concreto e impactante.
Los adultos aprenden de forma diferente, pero igual de eficaz, si se respetan ciertos principios: dar sentido a lo que se aprende, utilizar la experiencia de la vida real como punto de partida y estimular la emoción y la acción. El formador se convierte entonces en un revelador de potencial, un facilitador de desencadenantes, y no en un mero transmisor de contenidos.
Algunos pueden temer que jugar con las emociones equivalga a manipular. Pero todo depende de la intención pedagógica. El objetivo no es engañar, sino apoyar el aprendizaje creando un entorno favorable.
El efecto Pigmalión: decirle a un alumno que es capaz (aunque lo dude) puede mejorar sus resultados, sin llegar a engañarle. La creencia transmitida por el profesor es crucial (experimento de Rosenthal).
Los efectos de la enseñanza emocional pueden observarse a varios niveles: mejor retención de los conocimientos a lo largo del tiempo, mayor participación en la formación, reacciones positivas sobre el ambiente y la postura del formador. Pero, sobre todo, la neurociencia nos recuerda una verdad esencial: sólo enseñamos bien lo que encarnamos.
Las neurociencias no dictan un nuevo método milagroso. Nos invitan a conciliar en nuestra formación los conocimientos, las emociones, el cuerpo y las relaciones humanas. Al recurrir a los descubrimientos del cerebro, no simplificamos la enseñanza: la hacemos más rica, más arraigada y más sostenible.